SIBIL·LA DE FORTIÀ - De concubina a reina de Catalunya y Aragón

08/03/2022

Anna Cortés conocida por La Bonbonniere de Ninon, nos habla de una mujer fuerte, catalana que llegó muy lejos sin proceder de la alta nobleza. ¡Mujeres, todo puede ser posible!

Sibila nació en Fortià, pueblecito del Ampurdán hacia el año 1350. Como dotes, además de su extraordinaria belleza, destacaron su gran fuerza de ánimo, la voluntad, el coraje y sus grandes dotes de seducción.
Provenía de la pequeña nobleza del Ampurdán y tuvo la fortuna de ceñir la Corona después de haber sido la amiga prospera del soberano. Fue la cuarta mujer del rey Pedro El Ceremonioso, IV de Aragón e iII de Cataluña, en un momento difícil y crítico donde Pere procuraba de favorecer los pequeños nobles, los núcleos populares, y Sibila aconteció un símbolo.

ENAMORANDO AL REY
Sibila, entró al servicio de la reina Elionor de Sicilia, que lo admitió entre sus damas. Al morir la reina, el rey Pedro El Ceremonioso, hizo a Sibila su concubina. Él le prodigaba todas las atenciones y la dotaba de rentas más que suficientes para ella y su séquito. El enero de 1377, Sibila tuvo su primera hija, Isabel. El soberano dispuso entonces que Sibila dejara casa suya y se estableciera a la corte como si fuera la reina, obsequiada por los nobles y altos funcionarios.
Mujer seductora que supo explotar su belleza al máximo, para llegar a convertirse en reina, gesta poco frecuente en una plebeya de su época.
El 11 de octubre de 1377 Pedro El Ceremonioso y Sibila se casaron en Barcelona y empezó así una lucha sepultada entre ellos y los hijos del rey, ayudados por el alta nobleza, mientras la pequeña nobleza campesina reforzaba su posición y la burguesía hacía sentir su peso en las ciudades. Sibila se implicó poderosamente en los asuntos políticos del reino, intentando alianzas provechosas, colocando parientes y gente de confianza en lugares clave.

LA REINA DEL PUEBLO
Sibila era generosa, favorecía a sus familiares y se hacía estimar por los súbditos más humildes. Cuando encontraba injusticias, a menudo intervenía, tan si eran sarracenos o judíos como cristianos ganando el aprecio popular y el odio del alta nobleza. Sus hijastros lo odiaban y le preocupaba el futuro de su hija Isabel. Con motivo del interés de casar su hija con Lluis II de Anjou, rey de Nápoles, el hijastro Joan obró en contra, para que se opusiesen al matrimonio. El proyecto se fue a pique y este hecho unió todavía más al rey a Sibila y lo alejó de su hijo Joan. Para garantizar el apoyo de la ciudad a la reina en el caso de que enviudara, el rey estableció algunas reformas en el Consejo de Ciento. Qué gran era el amor verso a Sibila!

HUYENDO DEL HEREDERO AL TRONO

Cuánto el rey enfermó, Sibila marchó de la corte para evitar la posible venganza de los hijastros. Pero el 6 de enero de 1387, el rey Pedro murió y Sibila abrió las puertas de su castillo para dejarse tomar y la encarcelaron en el Castell de Moncada. El 9 de enero, Joan y Violando de Bar, se instalaron al Palacio Real. Poco después Joan cayó enfermo y se acusó a Sibila de brujería. Finalmente Sibila consiguió el perdón a cambio de la renuncia de todos el derechos adquiridos y fue liberada, con una pensión anual. Sibila se refugió en casa de su sobrino Berenguer, en el centro de Barcelona, con su hija Isabel, donde encontró consuelo y afecto, en el margen de la política, mientras seguía siendo un símbolo para mucha gente.

EL RECONOCIMIENTO DE REINA VIDUA
Cuando Joan murió al 1396, lo sucedió su hermano Martín el humano que, junto con su mujer Maria Luna, reconquistó la consideración y el aprecio de la corte. El nuevo rey supo ganarse a la madrastra y con ella el pueblo. Así se le devolvió el rango que le correspondía como reina viuda, se le mejoraron las condiciones financieras y se devolvió el prestigio.
La reina Sibila murió un 24 de noviembre del 1406, un jueves frío y lluvioso. El mismo rey Martín, con gran dolor, indicó las disposiciones por los funerales. Fue enterrada con los honores de reina a la Catedral de Barcelona, al lado izquierdo del altar de la Santa Cruz, después de recibir durante dieciocho días, en que fue expuesta, el último homenaje de su pueblo. Con la desaparición de Sibila, junto con la prudente política del rey Martín, acabaron las esperanzas populares de tomar el poder al alta nobleza.